


La educación es la mejor arma para la paz
En la actualidad, un hombre con una psique sana es tan poco común que casi nunca nos encontramos con uno de ellos. Las aspiraciones insatisfechas del niño tiene un efecto sobre él cuando llega a la adultez y se revelan en distintas expresiones de deterioro mental en fallas morales, en innumerables anomalías psíquicas que hacen que la personalidad humana se torne en débil o inestable.
El niño que nunca ha aprendido a manejarse por sí mismo, a establecer objetivos para sus propios actos o a ser dueño de su propia fuerza de voluntad, se reconoce en el adulto que deja que los demás lo guíen y siente una necesidad constante de tener la aprobación de los otros.
El alumno al que permanentemente se le desalienta y se le reprime llega a perder la confianza en sí mismo. Sufre una sensación de pánico que se conoce como “timidez”, una falta de seguridad en sí mismo que en el adulto se transforma en frustración y sumisión y en la imposibilidad de resistirse a lo que es moralmente malo.
La obediencia impuesta a un niño por fuerza, tanto en el hogar como en la escuela, obediencia que no reconoce de la razón y la justicia, lo prepara para un ser adulto que se resigne a cualquier cosa. La práctica generalizada en la instituciones educativas de exponer a la reprobación, de hecho a una especie de burla pública, al niño que comete un error, le infunde un terror incontrolable e irracional frente a la opinión de los demás, por injusta y errónea que esta pueda ser. Mediante esos condicionamientos y muchos otros, que contribuyen a su sentimiento de inferioridad, se abre el camino al respeto irreflexivo, e incluso a una idolatría casi ciega del adulto, paralizado ante los líderes públicos, los cuales llegan a representar padres y maestros sustitutos, figuras que el niño se vio obligado a incorporar perfectas e infalibles. Es así como la disciplina se convierte en sinónimo de esclavitud.
Si el hombre creciera en plenitud y con una psique sana, un carácter fuerte y una mente clara, no podría tolerar que coexistieran en su interior principios morales diametralmente opuestos o abogar a la vez por dos clases de justicia, una que promueve la vida y otra que la destruye. No cultivaría al mismo tiempo en su corazón dos fuerzas morales: amor y odio. Tampoco erigiría dos disciplinas: una que organiza las energías humanas para construir y otra que las organiza para destruir lo que ha sido construido. Un hombre fuerte no puede soportar una escisión en su conciencia, y mucho menos actuar en dos formas totalmente opuestas. Por consiguiente, si la realidad del hombre es diferente de lo que parece ser en la vida cotidiana, es porque los hombres se abandonan a la pasividad y dejan llevar hacia un lado u otro como si fueran hojas secas.
Nuestra principal preocupación debe ser educar a la humanidad – a los seres humanos de todas las naciones – a fin de guiarla hacia la búsqueda de metas comunes. Debemos volver atrás y centrar toda nuestra atención en el niño. Los esfuerzos de la ciencia se deben centrar en el niño porque él es el origen de los enigmas de la humanidad y también la clave para resolverlos. El niño cuenta con una enorme riqueza, con una capacidad, sensibilidad e instintos constructivos que todavía no han sido reconocidos ni puestos en práctica. Para desarrollarlos necesita de oportunidades mucho más amplias de las que se le han ofrecido hasta ahora. ¿No se podría alcanzar ese objetivo cambiando toda la estructura de la educación? La sociedad debe reconocer plenamente los derechos sociales del niño y preparar para él y para el adolescente un mundo capaz de asegurar su desarrollo espiritual.
María Montessori en su libro “Educación y paz” nos invita a construir una ciencia de la paz que nos ayude a educar a los hombres en armonía. Nos muestra claramente que la paz duradera solamente puede alcanzarse a través de la educación.
María Montessori
Equipo de “Ambiente para crecer. Espacio Montessori”





